UN CORAZÓN CENTENARIO ARDIENDO DE AMOR POR LOS SACERDOTES

HERMANA GONZALA GARCIA ORTEGA

OBLATA DE CRISTO SACERDOTE

¡¡Muchas felicidades nuestra querida H. Gonzala!! ¡Que Dios la bendiga en este su “primer” siglo de vida!

¡Ay Lalina, Lalina, quien diría que hasta aquí llegarías! Así te llamaba tu padre con cariño, D. Lucio, el médico del pueblo -Macotera, provincia de Salamanca-, nada más y nada menos…Ese padre al que tiernamente amabas y del que solo por un amor más grande, un día te separabas. El padre de esa numerosa y entrañable familia que el Señor te regaló, y en que tanto disfrutabais, jugando de chiquillos entre bromas y alborozos con esa alegría sana de una familia cristiana, y bebiendo de tu santa madre, Doña Gonzala, la caridad con los más pobres y ese poner en Dios siempre la mirada. Cómo gozaba ella, cuando tú, ya mayorcita, los escritos de Sor Isabel de la Trinidad le leías en voz alta, deleitando y elevando su alma.

Así fuiste creciendo entre Macotera y Salamanca, siempre brillante en los estudios, alegre, piadosa, aunque también al principio un poquillo mundana…Primero fuiste al colegio con las teresianas, y luego, aunque en ese tiempo no era corriente para las mujeres, hasta la ilustre universidad llegaste y la carrera de farmacia cursaste. Te gustaba vestir elegante, alternar, pasarlo bien; lo tenías todo….aunque a tu corazón allá en lo hondo un no sé qué le faltaba. Brillantemente la carrera terminaste, pero ¿tras un mostrador quedarte? ¡No, por cierto! Al menos licenciada, para poder impartir clases. Y entre fórmulas y probetas te enrolaste, y licenciada en Químicas resultaste; si, como luego ya de monja, ¡tantas y tantas veces nos recordaste…!

Y Cristo te salió al encuentro; y en la Acción Católica, tan pujante en aquel tiempo, te entregaste con ilusión y celo, junto con otras mujeres santas y los sacerdotes que os alentaban, para a todas partes llevar el fuego del Evangelio

Iba pasando el tiempo y el hogar de D. Lucio y Doña Gonzala, se fue quedando vacío. Marina voló la primera al Cielo, Antonia al Carmelo, Mercedes a otro convento, los otros hermanos también fueron partiendo a formar sus nuevos nidos… ¿Y tú Lalina? ¿Con tus buenos padres te quedarías? Otro plan el Señor para ti tenía….aunque eso de ser monja…¡ni de broma!   Pero ¿y aquellas monjas, que hay camino del cementerio? Esas de vida tan austera, ¡y que no salían!, que víctimas se ofrecían por “ellos”,  los sacerdotes que Cristo tanto quería. Y el Señor te hizo entender que sí, que oblata te quería, que solo allí al pie del sagrario, tu corazón inquieto la paz encontraría, que, desde ese escondite, con la oración y oblación al confín del mundo llegarías.

Y aquella señorita que tan elegante vestía, culta, inteligente y de gran simpatía, aquella joven inquieta que no era capaz de atarse a un mostrador de botica, por amor a su Señor, encerrada viviría para custodiar bien ese fuego que en su corazón ardía, y oculta con Cristo en Dios, su existencia mucho fruto daría, en tantos y tantos sacerdotes y en tantas almas sedientas de vida, Vida.

Tu espíritu exigente y con ansia siempre de más, en nuestra Congregación encajó “ideal”. Con el paso de los años te fueron dando cargos de responsabilidad y ocasiones también de cuidar de tus Hermanas. Enfermera fuiste, y más tarde Superiora, hasta las jóvenes junioras te llegaron a confiar. Así tuviste ocasión de aquel tu deseo inquieto, venirnos a contagiar, dejando tras de ti cierto “sello” de radicalidad, aunque -digámoslo todo- algo envuelto en una corteza un poco durilla de pelar…pero eso sí, que encubría un corazón bueno bueno de verdad y colmado de un ansia invencible de fidelidad, que incluso a veces te llegaba a agobiar. Como tus deseos de santidad eran tantos y al Señor no le gustan los “arrebatos”, todo este tiempo se ha tomado – ¡100 años!-  para que aquella Gonzala que Él siempre ha soñado, esté ya casi “terminada”. Ahora, ya no te quita la paz tu propia debilidad, toda tu persona rezuma ese abandono tranquilo del niño que descansa confiado en brazos de su Padre, ese candor y ternura que siempre te habían habitado, pero que ahora se transparenta más claro, y ya no queda nada de esa corteza dura porque se ha esfumado…quemada por el amor, ese amor que Él te ha contagiado y que solo sabe soñar con amar mucho a todos y que haya ¡muchos sacerdotes santos!

Y nos parece oírte musitar: ¡Madre, llévame contigo, quiero ir pronto a verte! Padre, pero quiero que los que Tú me has dado estén también conmigo. Padre, ¡guárdalos!  ¡santifícalos en la Verdad!