Cómo

En una vida de silencio y soledad.  En el recogimiento de una clausura.

Silencio

La búsqueda de la intimidad con Dios, la fe y la esperanza en Él, y un amor dispuesto a acoger los dones del Espíritu,  llevan consigo, como exigencia propia, la necesidad vital de un silencio de todo el ser (no una simple ausencia de ruidos o palabras), en el cual pueda templarse el alma y donde pueda encontrarse con Dios. El silencio es, por tanto, una necesidad intrínseca, profunda del alma, porque es la base donde descansa nuestra vida de oración y sacrificio. 

Soledad

Amamos la soledad, y la buscamos con avidez. Dios llama a la soledad para hablar al corazón.

Clausura

La clausura no nos aleja de nuestros hermanos.  Nuestra vocación-misión está en el corazón de la Iglesia. Vivimos «escondidas con Cristo en Dios» y  en Él amamos a todas las almas.

Silencio

Silencio exterior.

El silencio es la base donde descansa nuestra vida de oración y sacrificio.
Es el ambiente necesario para poder vivir nuestra razón de existencia: SER ORACIÓN Y SER OBLACIÓN.
Por eso lo necesitamos, lo amamos y es el ambiente en el que se desenvuelve nuestro vivir.

Nuestra vida de comunidad se desenvuelve en silencio. Nuestra comunicación queda limitada a lo estrictamente necesario, siempre en un ambiente de caridad. El silencio sitúa al alma en soledad, sola ante Dios, y custodia su pureza de entrega.

Por el silencio se puede permanecer atenta y a la escucha de la mociones del Espíritu, que instruye, fortalece y defiende al alma.

El silencio orante es siempre un silencio acompañado. El alma se vacía de todo y vive con su Todo, Dios.
Es el ambiente de la intimidad; no puede haber una oración íntima sin silencio.
Es también vida de la fidelidad. Por el silencio el alma busca a Dios y le da la primacía en todo su ser.
La oración es unión con Dios, comunicación con Dios , es DON de Dios, y no puede darse sin vivir un silencio que nos prepare a ella.

Silencio interior

El silencio interno deja al alma en total vacío para que sólo Cristo sea su vida.
Es reflejo de una pertenencia total a Dios y por Él busca el alma amar a Dios sobre todas las cosas y dejarse amar por Él, recibiendo todos los dones de su Espíritu.

Es un don de Dios y recibirlo supone una búsqueda y un combate. Recuerdos, imaginaciones, deseos…todo va quedando unificado y tomado por Cristo. Basta con no consentir los apegos  y adherirse con el corazón a Él.
La pobre dispersión de nuestra naturaleza, en imaginaciones y pensamientos, se vive como una cruz que aumenta más el deseo de Él.
Por el silencio interior se entrega lo íntimo del propio ser y  el alma se abre a la  intimidad con Cristo.

Soledad

Soledad

«La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón» (Os 2,14)

«A solas, con Dios solo», en íntima comunicación con Él. Sólo así podemos cumplir nuestra misión en la Iglesia: ser oración y oblación.

Soledad para que, verdaderamente, todo su vivir sea Dios y no tenga comunicación sino en Dios, siendo su única noticia, Cristo.

Clausura

Clausura es soledad y apartamiento del mundo para, desde lo escondido de Dios, amar a los hermanos en las entrañas de Cristo. 

Clausura para vivir  en Cristo una caridad universal y un apostolado misterio­sa­mente fecundo.

Clausura, valladar que guarda la vida escondida en Dios, donde el amor a los hermanos, a la Iglesia toda, se pone en acto porque al amarlos «en las entrañas de Cristo», se da la vida por ellos en oración y oblación.

“El alma Oblata tiene que romper las tapias del convento y surcar los mares y llegar hasta el último confín de la tierra con la misma caridad con que Cristo está presente, con su mismo Amor Redentor […] Desde el escondite de su vida “escondida con Cristo en Dios”, vacía de toda mira personal, entregado todo su ser en oblación “pro eis et pro Ecclesia”, sabe ir muriendo, es envoltura del Corazón de Cristo, para que ese “los amó hasta el fin” llegue hasta el último término de la tierra. Y aquel misionero perdido, desconocido en su misión; aquel sacerdote incomprendido; aquel otro en peligro; aquel lleno de ilusiones, pero sin posibilidades; aquel otro demasiado sostenido por sí mismo… Todo ese mundo de sacerdotes…, hombre entre los hombres, segregado para ser otro Cristo en donde Él deposite sus mismos poderes. ¿Qué siente el corazón de Cristo? Los hace “otros Él” y tienen que llegar a la realidad de que sólo Cristo sea su vida y exigencia. Y no están inmunizados, porque, sin ser del mundo, están en él. Tienen que estar en el mundo siendo de Dios; tienen que darse a las almas sin perder su permanencia en solo Dios. Ese mundo de peligros, de lucha, de dificultades, de tentación, de tensión, de camino borroso, de poca ayuda…»

Madre María del Carmen

 

La  clausura nos permite vivir con libertad una vida recogimiento e intimidad orante, escondidas con Cristo en Dios.

 

La oblata vive en Cristo y en Él ama a todas las almas. Es con su vida de oración y sacrificio como coopera espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en Dios y a Él sólo se ordene.