Fin positivo y universal

 

«…cuando explota su Corazón de manera íntima, inigualable…¡santifícalos en la verdad! Ahí, en ese profundo del Corazón de Cristo, lleno de amor al sacerdote, en ansia de santidad, de dar vida, de consumar su oblación por ellos, corre un velo en la parte negativa y desborda en lo que de ellos ansía. «Que sean una sola cosa como Tu y Yo, oh Padre, somos» «santifícalos en la verdad».

(Madre Mª del Carmen. Fundadora.)

Sentido Universal

 «Pequeño, muy pequeño sería el «pro eis» si se quedase en un «pro eo». Esa oración de Cristo, ese latido del Corazón de Cristo que nos da vida, tiene la universalidad total del Corazón de Cristo»
(Madre Mª del Carmen. Fundadora)

Madre María del Carmen Hidalgo de Caviedes, nuestra Fundadora, nos explicaba así el fin positivo y universal de nuestra misión en la Iglesia.

 

La oblación se entiende siempre en sentido positivo. Bien. Pero hay que salvar aquí un concepto teológico, y es, que toda oblación, todo sacrificio, arranca de un principio de reparación. Cristo Sacerdote, Cristo Redentor, tiene que reparar un fallo, un pecado, una injuria, una ofensa hecha a Dios Padre y lo hace, por la oblación de Sí mismo. Esto es reparación.

Entonces, nosotras, al situarnos en esta postura, santificación en sentido exclusivamente positivo, tenemos que penetrar muy profundamente en el Corazón de Cristo, para descubrir, para comprender, el por qué de esto así.

El adoptar esta postura, tiene un sentido de delicadeza, de valoración del Sacerdocio en su inmensa grandeza. Tenemos que penetrar muy dentro del Corazón de Cristo, para percibir esta noticia, allí, inmersas en Él. No con entendimiento nuestro, sino por participación Suya, conocer lo que es el sacerdote.

Sacerdote, criatura mortal, sujeta a pasiones, con fallos, con miseria, con mezquindad humana, pero que al participar del Sacerdocio de Cristo, queda hecho «otro Él», queda impreso en su alma un carácter. El sacerdote, ontológicamente es santo, porque participa del Sacerdocio de Cristo, Único, Santo, Eterno. Esto es así.

La oblata, entonces, al encontrarse incrustada, unida, vinculada, entroncada en ese Sacerdocio, por su misión específica «rogo et sanctífico pro eis», al ofrecer, al dar vida «por ellos», tiene que hundirse en admiración hacia el sacerdote viendo que, como participante del Sacerdocio de Cristo, es otro Cristo, y tiene la oblata que cerrar sentidos al conocimiento de lo que puede ser el posible pecado del sacerdote, para ver en él solamente, la grandeza del sacerdocio de Cristo. Por tanto, al dar nuestra vida «por ellos» no pensar (aunque sabemos por el mismo plan de Dios que, para ser santo, hay que dejar de ser pecador) no pensar, y diría, como oscurecer la luz que podría venir en este sentido reparador y , sin embargo, centrar el espíritu en lo que es el sacerdote en el Misterio de Salvación, y en que, como criatura, puede alcanzar más grados de santidad.

Esto para librar al alma de que, en algún momento, el enemigo, el propio amor, la propia naturaleza, pudiera estar revolviendo morbosamente en algo menos perfecto del sacerdote, con el pensamiento, la imaginación, una impresión…No. El sacerdote es «otro Cristo». Y Cristo nos enseña a verlo así cuando en la Última Cena, estando aún reciente la traición de Judas -«El que moja el pan en mi plato, ese es»- sin embargo, cuando explota en su oración sacerdotal, oración que nos da vida a nosotras, dice: «Padre, por ellos ruego…por estos que me diste, porque tuyos son…» «¡Oh Padre Santo!, guarda en tu nombre a estos que Tú me has dado a fin de que sean una misma cosa así como nosotros lo somos» «No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal» «Ninguno de ellos se ha perdido cumpliéndose así la Escritura». Parece como que soslaya, como que deja al margen, no quiere poner mirada, vela el nombre, aunque tenía el Corazón sangrando,no solamente por Judas, sino también por los que, después, habrían de seguirle; pero no quiere posar mirada en ello. Al explicarnos lo que quiere del sacerdote, lo que es el sacerdote, en esta oración sublime, pide, se ofrece, se inmola…»rogo et sanctifico meipsum…sanctifica eos in veritate» ¡Santifícalos en la Verdad!

El alma Oblata tiene que hundirse en este abismo del Amor Sacerdotal de Cristo, que «los amó hasta el fin». Tiene que saberse ofrecida en la misma oblación de entonces, la Suya que ha de seguir viviendo en nosotras. Y, sentir Su sentir cuando dice: Padre, por ellos me ofrezco, por ellos ruego, dejando a un lado todo lo que podría haber de posibles fallos en los que siguieran el gesto reciente de Judas. Cristo sabía naturalmente, que para ser santo, hay que dejar de ser pecador. Es Redentor, y Su entrega en oblación lleva el sello reparador; sin embargo, cuando explota su Corazón de esta manera íntima, inigualable…¡Santifícalos en la Verdad! Ahí, en ese profundo del Corazón de Cristo, lleno de amor al sacerdote, en ansia de santidad, de dar su vida, de consumar su oblación por ellos, corre un velo en la parte negativa y desborda en lo que de ellos ansía. «que sean una misma cosa como Tú y Yo, oh Padre, somos» «Santifícalos en la Verdad» Y ahí hay que penetrar, hasta el profundo del Corazón de Cristo, porque este mismo latido de Corazón «rogo et sanctífico pro eis» quiere continuar viviéndolo en nosotras. Y, ahí, hay que penetrar, hasta ahí, para vivir la oblación en sentido positivo y no tener una idea confusa creyendo nos quedamos en una postura no verdadera, no teológica. No. Sabemos que todo sacrificio arranca de un principio reparador; sin embargo, sepamos por qué nos situamos en esta mirada positiva de santificación de «ellos» perdiendo todo sentido negativo de una reparación: Porque a Cristo, en su amor hacia «ellos», le duele poner parada o mirada en cosa negativa.

Pero quiero dar otra explicación en este aspecto de santificación y no reparación.

Como postura del alma oblata, como espíritu que debe mantener y alimentar, esto es así. Pero, viviendo el «pro eis», hay que dejar a Cristo capacidad amplia, total. Nos entregamos del todo, tenemos que ser conscientes de que somos envoltura, nada más, se Su  «pro eis». El toma nuestra capacidad y Se continúa en su «rogo et sanctífico», dándonos así , el ser oración y oblación en la Iglesia. Y, El puede, en esa oración Suya -El en nosotras puede dar al alma un toque doloroso, una comunicación, una participación dolorosa de algo que tiene su Corazón en estrechura. Esto no lo podemos ni lo debemos evitar. El espíritu que anima a la oblata, la mirada que ponga, lo que la mantenga en reclamo, sea siempre la santidad de «ellos» en sentido positivo. (…) Ahora, si Cristo, orando en el alma -en esa postura íntima que tiene que tener la Oblata siempre, oración de confidencia con Él, sensible o no sensible, la austeridad de la fe es lo que la intensifica- pero en esa oración íntima, prestando el alma nada más que la capacidad para esa oración Suya, Cristo ora y nuestro corazón está siendo solamente capacidad sensible para esa oración; si en esa participación en íntima oración, El quiere dar ese toque doloroso, esa noticia que no se puede expresar, que es apretura del alma y de corazón que deshace, que consume, y que da la certeza de que es Cristo en amargura, en agonía, en ansiedad de santidad «por ellos», no se puede rechazar. Tiene el alma que, humillada, permanecer en entrega, en dolor, con profunda gratitud.

Esta frase «en sentido positivo» es postura normal, arranque, ambiente, criterio, el espíritu que anima la Congregación. Ahora, he creído deber descubrirles este otro aspecto que, particularmente, no siempre, sino en algún momento o circunstancia, Dios, dueño absoluto, nos lo puede dar; porque es realidad que el Corazón de Cristo sangra muchas veces por el desamor de «ellos». No podemos pararnos en ello como vía nuestra para que nos excite en una oración más sensible, eso sería no penetrar en el Corazón de Cristo, en su delicadeza hacia «ellos»; pero si Él nos adentra en ese recinto íntimo de una oración de confidencia, de una oración estrecha, de una intimidad a la que yo debo llegar como oblata, en sólo Dios, -no es el pensamiento ni la parte sensible nuestra, es el alma con Dios sólo, es Cristo quien da participación de Su Corazón en esa estrechura y en ese dolor- hay que abrir el alma y vivir eso como un tesoro, con un peso de responsabilidad inmensa. que el alma quede como atenazada, sin parar ni en pensamiento ni en nada, adherida a esa íntima participación, inmersa en el Corazón de Cristo.

Universal

Sentido universal. Pequeño, muy pequeño sería el «pro eis» si se quedase en un «pro eo». Esa oración de Cristo, ese latido del Corazón de Cristo que nos da vida, tiene la universalidad total del Corazón de Cristo. Es Dios que tiene presente todo el futuro. El ve hasta el último sacerdote de los últimos tiempos. «pro eis» universal, sin límites, infinito. (…) «Pro eis» es para todo aquel que participa del Sacerdocio de Cristo, sin conocerle, ni saberle, donde esté y cómo sea. Todo tiempo, todo lugar; sacerdotes y aspirantes al sacerdocio; clero regular y secular; participan todos del Sacerdocio de Cristo y es Cristo Sacerdote, su latido de Corazón lo que nos da vida, vida que es expresión de su Oración Sacerdotal.

La eficacia de nuestra oración no es para donde estamos. El fruto de esa oración profunda no tiene que recogerse donde se está, sino donde Dios lo quiera dar y, a lo mejor, la oblación de toda una Comunidad, íntegra, está fructificando en América o en África, donde ese Plan Eterno, universal de Dios, ese Corazón de Cristo Sacerdote, ve que es más necesaria y allí quiere hacerla fecunda. No importa. La universalidad nos mantiene en una fe que, porque es más oscura, porque es más profunda, es más fuerte y es más firme.