A principios del siglo XX, surge este hombre, llamado José María García Lahiguera, que entendió toda su vida como una llamada apremiante a la santidad concretizada en un carisma propio: la santidad sacerdotal. Escribe él mismo en unos apuntes de ejercicios realizados en marzo de 1939: “En mí hay lo que llamaríamos dos vocaciones, la interior y la exterior. La vocación interior es: Ser sacerdote santo. La vocación exterior es: Ser el sacerdote de los sacerdotes”.