Oración – Vida
Es un vocablo «personal» que empleaba la Madre Fundadora, Madre Mª del Carmen. Ella solía insistirnos que en la oblata la oración es ser. No era cuestión de hacer mucho o poco tiempo de oración, de multiplicar los ejercicios de piedad. No. La oración su ser en la Iglesia, es lo que ES la oblata por vocación, y no debe interrumpirse. La vida, si se interrumpe, deja de existir, si se deja de respirar, ya no hay vida.
Con este término: ORACIÓN-VIDA, hablaba ella de esa oración que se mantiene durante los trabajos y ocupaciones. ¿en qué consiste? ¿cómo se hace?
«Vida de oración en el alma es un acto continuo de amor, entregándose a la Voluntad de Dios, que se nos manifiesta a través de todo cuanto nos rodea. Jamás puede Dios manifestar una Voluntad Suya en contra de otra, también Suya. No cabiendo contradicción en Dios, la unión con su Voluntad, el cumplimiento de su querer, requiere una entrega total de todo mi ser, para que sólo quede su Voluntad cumplida en obediencia(…) Pero hay que conjugar con esto la caridad. Sí, la caridad que es Vida de Dios y que, si no la hay, no puede haber oración. Se rompe la vida de oración por un acto de egoísmo, lo mismo que se rompe por un acto de propia voluntad (…); porque la vida de oración es unión a la voluntad de Dios, en entrega de amor y, esta Voluntad suele reflejarse muchas veces en la caridad con las hermanas, en atender a las demás.
En la vida de comunidad, la unión con Dios, la caridad en entrega de amor a Dios, en cumplimiento de su Voluntad, tiene casi siempre una repercusión de una entrega a la Comunidad, casi siempre o siempre, y es necesario que el alma esté en esa postura de entrega continua de amor, que si se profundiza no encierra más que «una entrega constante a la Voluntad de Dios, con olvido de una misma». Entregarnos a esa Voluntad de Dios, manifestada en todas estas cosas pequeñas, muriendo a nuestro propio parecer, nuestro propio criterio, nuestro propio amor…para que la vida de oración no se rompa, para estar siempre en esa auténtica oración que Dios nos pide con una exigencia igual, exactamente igual que la que encierra en los actos de oración.» (Madre Mª del Carmen. Fundadora)